Una dulce ancianita corrió a la farmacia a recoger medicamentos, pero al regresar a su coche, se dio cuenta de que había dejado las llaves dentro.
Mirando a su alrededor, vio una viejo gancho de ropa en el suelo. Lo recogió y susurró: "Señor, no tengo ni idea de cómo usar esto".
Así que inclinó la cabeza y oró: "Por favor, Dios, envía a alguien que me ayude".
En eso, una vieja motocicleta entró en el estacionamiento. Un hombre barbudo con chamarra con una calavera se bajó y preguntó: "¿Necesita ayuda, señora?".
Ella explicó: "Mi hija está enferma. He dejado las llaves dentro del coche. Ayúdeme. ¿Puede usar esto para abrirlo?".
El motociclista sonrió y dijo: "Claro". Y en menos de un minuto, su coche estaba abierto.
Abrumada por la emoción, abrazó al hombre y exclamó: "¡Gracias, Dios, por enviarme a un hombre tan noble y bondadoso!".
El motociclista se rió entre dientes y dijo: «Señora, no soy un buen hombre. Ayer mismo salí de prisión… por robo de auto».
La mujer lo abrazó aún más fuerte y sollozó: «¡Ay, gracias, Dios! ¡Incluso me enviaste a un profesional!».